sábado, 27 de agosto de 2011

El intérprete junto a la línea de cal


Definitivamente la historia de Pascual Olaondo no figurará en la historia grande del fútbol Argentino, pero sin duda alguna, merece su lugar en este humilde y escueto relato.

De su desempeño, allá por la década del 60’, como lateral izquierdo en la segunda división del Club Carlos Dose diremos simplemente que su fuerte no era la marca, como así tampoco la proyección en ataque. Diremos también que hasta el día de hoy se discute, con justa razón, si su pierna hábil era la izquierda o la derecha. Debate que se detallará en futuras reseñas.

La curiosidad de este poco virtuoso número tres tiene que ver con su don, que fue el que lo llevó a su efímera trascendencia y estamos hablando de su extraordinaria habilidad para el canto. Don que, como tantos otros, nadie puede explicar de donde lo adquirió.

Como es de imaginarse, los primeros oyentes de su repertorio fueron los números 7 rivales y/o algún número 8 de mucha proyección. Rara vez algún 4.

El “turco” Soublaki fue su primerísimo oyente y este testimonio fue su memorable comentario al finalizar el encuentro:

El partido era malo, mas que malo yo diría triste… ¿Viste? Mucho calor, poco gente, la cancha seca, la vista ardiendo por la tierra cuando de repente me la tiran por la raya para que desborde y tire el centro atrás (cosa que yo hacía muy bien)… Lo veo venir a Pascual y cuando vamos corriendo a la par medio que se detiene y arranca con Cuesta Abajo, de Carlitos Gardel. Fue tan grande la satisfacción que sentí que se me pone la piel de gallina, se me pone… No pude tirar el centro porque me vi afectado por la emoción…le erré la patada… no sabes lo bien que cantaba el pibe ese…

En otro valioso testimonio Eduardo Mesa cuenta que en un intrascendente encuentro en su Berabevú natal, fue a realizar un rutinario saque lateral en ataque cuando a toda voz Pacual dio comienzo una melancólica versión a capela de I’ll follow the sun, y más allá de no manejar otro idioma que su limitado castellano, paralizó la calurosa tarde noche berabevuense y obtuvo en simultáneo su primer aplauso – por parte de Eduardo - y benefició a su equipo por la sanción de un mal sacado – por parte también de Eduardo al querer aplaudir y hacer el lateral - .

Esta excelente interpretación fue la que le permitió una suerte de popularidad en la región que tendría fecha de fin exactamente un año después.

Cuentan que desde aquel momento, cada vez más jóvenes querían jugar de atacante por derecha, sólo para tener la chance de oírlo cantar.

Este fenómeno extraordinario fue rápidamente aprovechado por el DT, quién al notar la descompensación de sus rivales hacia el ataque izquierdo del campo, logró una seguidilla de triunfos impensados hasta aquel entonces para este humilde equipo, acostumbrado a pelear en el fondo de la tabla.

Números 2, 6, 3 y hasta arqueros de equipos rivales podían aparecer en posición de ataque por la franja izquierda, muchos de ellos inclusive con el claro objetivo de solicitarle temas en particular. Su repertorio era cada vez más vasto y preciso.

La habilidad que Pascual poseía en su garganta se había vuelto la obsesión de los técnicos rivales. Fue así como en julio de 1967, cuando Carlos Dose llegaba a su primera final que acabaron de un plumazo con las ilusiones del pueblo de Cañada del Ucle y pusieron fin a la corta carrera futbolística de Pascual. Emilio Odiseo (especulador DT del rival de turno), ordenó tapones de algodón para todo el equipo y para no dejar margen al error mandó a atar firmemente a su número 7 de turno en el banderín del corner para evitar que quede embelesado por el canto del intérprete de la línea de cal. La fría estrategia dio resultado y más allá de los 17 offsides del número 7, Carlos Dose cayó por un rotundo 6 a 0. La desazón de Pascual fue mayúscula y dado que seguramente de aquí en adelante, todos los equipos utilizarían similares técnicas, con notable autocrítica, y ni bien terminado el partido de la histórica derrota, Pascual anunció su retiro. El pueblo cañadense, acongojado, pero por sobre todo agradecido por otorgarles un fugaz paso por la gloria deportiva, le organizó un conmovedor partido de despedida en el que jugó Pascual enfrentando a su primer oyente y atacante por derecha: el “turco” Soublaki. El intendente de Cañada empujó, cuál puntapié inicial, la bocha como para que ruede junto a la raya y corriendo a la par y al ritmo de un sutil “Adiós muchachos” este verdadero crack del canto, abandonó el verde césped para perderse en el olvido.