domingo, 20 de enero de 2008

King Kong - Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack (1933)

04-10-07
“Oh no, it wasn`t the airplanes, it was the beauty who killed the beast!”1

Maravillosa contribución al género fantástico, surgida en medio del auge del cine de terror de la década del 30, aquel irrepetible cine en el que Bela Lugosi era el conde Drácula, Boris Karloff el temible Frankestein o Claude Rains pasaba sin dejar rastros en “El hombre invisible”

No diremos nada nuevo al apuntar que el cine siempre estuvo íntimamente relacionado con la realidad política, social, cultural de sus países de origen o del mundo contemporáneo, y qué mejor que mostrarle al gran público americano, sumergido en la fatídica depresión del 30 un claro mensaje: “hay mundos peores, no tenemos King Kongs (estos habitan islas perdidas), no estamos tan mal, vayan al cine a sentir lo que es el miedo, en nuestras vidas no tenemos nada que temer”. Luego de esta breve reseña histórica, vamos a adentrarnos en el mundo del gorila más famoso.

En King Kong pasa de todo, ¿por qué? Porque tiene acción. ¿Quién que haya presenciado la pelea del Godzilla con King Kong podrá borrarla de su recuerdo? Tan surrealista como entrañable... Está presente el amor imposible y al amor imposible - al menos en el celuloide- no hay con qué darle. En este caso, vemos cómo la feroz bestia peluda, capaz de batallar cuerpo a cuerpo con un tiranosaurio, cae rendida a los pies de una blonda tentación, gran metáfora del film sobre “la bella y la bestia”.

En lo que respecta al guión, es verdaderemente original; el film narra las aventuras de un equipo de intrépidos cineastas que deciden ir en busca de aventuras para obtener un film novedoso, y es así como terminan en esta improbable isla donde una tribu legendaria, rodeada de mitologías, venera a nada más y nada menos que al mismísimo King Kong.

Y como si todo lo hasta aquí descripto no fuese suficinte, el film invita al espectador a reflexionar, sobre el concepto de civilización y evolución del ser humano, mostrando como “la civilización” encierra a Kong para exhibirlo en una pujante Nueva York, cual novedosa atracción de circo.

Como era de esperar para un gran film, el final es verdaderamente conmovedor (¡escena clásica si las hay!) con un King Kong humillado, agonizante, perdidamente enamorado de su amor imposible, y por sobre todo furioso, consigue llevar a su amada hacia la cima del Empire State, donde es cruelmente ametrallado. Kong sabe que va a morir y sólo atina a poner a salvo lo que en su vida no alcanzó a conocer, el amor....

1. Traducción: “Oh no, no fueron los aviones, fue la belleza lo que mató a la bestia!”

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